Abril
de 1929 será siempre un mes de triste recordación en la historia de Tacna,. El
presidente Leguía y el negociador chileno Figueroa Larraín que venían
negociando la suerte de las dos provincias cautivas desde octubre de 1928, durante
las primeras semanas de ese mes dieron el paso decisivo que selló para siempre
el destino de Tacna.
Recordemos.
Luego de seis meses de negociación, es decir para marzo de 1929, el
representante chileno había logrado que Leguía finalmente aceptara la propuesta
que Chile había planteado desde un principio: que la frontera entre los dos
países corriera paralela al ferrocarril de Arica La Paz a partir del punto
denominado Escritos (hoy Concordia). Quedaba sin embargo un punto por resolver
¿dónde construiría Chile el puerto propio que en el proceso negociador se había
comprometido a levantar para Tacna?
En
otras palabras, era Leguía el que debía decidir en qué lugar al norte de Escritos, Chile construiría
para Tacna un puerto que en cierto modo lo
resarciera del que acababa de perder en Arica. Entre los nombres propuestos
figuraban Escritos mismo, La Yarada, Sama o incluso Ilo.
La
decisión la tomó Leguía el 16 de abril de 1929: Ese día sombrío para Tacna,
Leguía abandonó la oferta chilena de construir el puerto propio, solicitó que
los seis millones de dólares destinados al mismo se los dieran en efectivo para
“construir ferrocarriles que conectarían Tacna con el resto del Perú”. A cambio
de eso aceptó el ofrecimiento chileno de
hacer para Tacna un malecón de atraque en Arica al servicio del Perú cuya
construcción sabemos cuánto demoró y cuya inutilidad ha sido comprobada.
Por
constituir el registro madre de la Tacna mutilada transcribimos la confesión
secreta que al respecto hizo el
presidente peruano y que fue recibida por el presidente de los Estados Unidos:
“Acabo de tener una reunión con el
embajador chileno. Le pregunté por los planos y especificaciones del posible
puerto en La Yarada. Él dijo no tenerlos por ahora, pero que Chile garantizaría
la construcción del puerto”.
“Yo
“– continua Leguía – “le indiqué entonces que no podía tomar esta garantía de
Chile, en razón de que podría conducir a futuras disputas y que, además uno no
puede garantizarse a sí mismo-
“Le
dije entonces al embajador chileno” – prosigue Leguía - ”que como parecía imposible que se pusieran
de acuerdo los ingenieros chilenos y los que representaban al Perú, había
decidido tomar en consideración la propuesta que establecía que el Perú dispondría
en Arica de una oficina de aduanas, de una estación de tren y de un muelle ,
todo sufragado por Chile, para el uso libre del Perú a perpetuidad, así como de
6 millones de dólares para conectar
Tacna por ferrocarril con otras partes del Perú. Finalmente indiqué al
embajador chileno que aceptaría esta propuesta solo a condición de que la
sugerencia de acuerdo proviniera del Presidente de los Estados Unidos, Hoover”.
Las
ultima tres líneas del párrafo anterior explican por si solo la mala conciencia
de Leguía respecto a su incalificable decisión que condenaba a la ciudad del Caplina. Por eso exigió una y
mil veces al negociador chileno que solo aceptaría el acuerdo al que habían
llegado, si el Presidente de los Estados Unidos lo presentaba como una decisión
suya. El sabía que solo eso lo salvaría de la indignación de sus propios
ciudadanos, sobre todo los de Tacna.
Lo
que no sabía el presidente era que el Ministro de Relaciones Exteriores de
Chile, Conrado Ríos, personaje central en las negociaciones con el Perú, por el
contrario estaba deseoso de que se difundieran los entretelones de la
negociación y mostrar a sus connacionales como su despacho había impuesto todos
sus objetivos al León del Rímac. .Después
de todas sus pretensiones no eran exageradas. El Tratado de 1929 había sido diseñado
de antemano en la Cancillería chilena en 1928, antes que Figueroa Larraín se
embarcara para Lima.
A
Leguía no le quedo entonces sino recurrir al expediente habitual entre los que
mandan: convertir negociaciones infaustas como éstas en una victoria diplomática.
Lima 20 de abril 2015